El abordaje multidisciplinar, clave en la prevención del suicidio
Es un problema importante de salud pública con consecuencias sociales, emocionales y económicas de gran alcance.
El suicidio es un problema importante de salud pública con consecuencias sociales, emocionales y económicas de gran alcance. Así describe la Organización Mundial de la Salud (2024) esta problemática que, según estima, se cobra anualmente más de 726.000 vidas en todo el mundo, una cifra bastante alta, aún sin añadir el elevado número de personas que intentan hacerlo: según los expertos, por cada persona fallecida por este motivo, hay unas 20 tentativas al año en el mundo (Fonseca Pedrero y Díez Gómez, 2018).
En España, concretamente, se registraron 4.227 fallecimientos por suicidio en el año 2022 (esto es, un 5,6%más que en 2021), erigiéndose como la primera causa externa de muerte en los hombres (con 3.126 fallecidos y un aumento del 4,8%) y la tercera entre las mujeres (1.101 fallecidas -un 7,8% más-) (INE, 2023). Resulta, cuando menos preocupante, la incidencia en el número de casos: los datos provisionales publicados por el INE durante el primer semestre de 2023, contabilizan ya 1.967 fallecimientos (el 75,2% de ellos hombres y el 24,8% mujeres) de los 8.444 fallecidos por causas externas registrados entre enero y junio de 2023.
No menos alarmante es el ingente aumento de casos de ideación suicida, intentos autolíticos iniciados y autolesiones (un 14,1% más en relación con el año pasado) entre niños/as y adolescentes, detectados por la Fundación ANAR (2024), que ha alertado ante el hecho de que la conducta suicida (ideación e intento de suicidio) se mantiene como el primer motivo de consulta en menores que acuden al servicio, siendo el más grave y el que conlleva peores consecuencias para ellos/as.
Es fundamental tener en cuenta que el suicidio es prevenible
La muerte por suicidio es siempre un suceso trágico, y puede desencadenar una serie de emociones complicadas y confusas (APA, 2024); cada suicidio o intento de suicidio no solo supone un sufrimiento para la persona, sino también para sus familias y allegados que, frecuentemente, se encuentran desamparados, paralizados y sin recursos institucionales a los que acudir (Al-Halabí y col., 2022).
Lamentablemente, el suicidio sigue siendo un problema mundial crítico que afecta profundamente a las personas y las comunidades de todo el mundo. Según la OMS (20241), no solo ocurre en los países de ingresos altos, sino que es un fenómeno global en todas las regiones del mundo. De hecho, cerca de las tres cuartas partes (73%) de los suicidios mundiales ocurrieron en países de ingresos bajos y medios en 2021.
Existen múltiples factores de riesgo y protección asociados con la conducta suicida (CDC, 2022). De acuerdo con López Vega y col. (2022), hay una serie de señales de riesgo que pueden ayudarnos a anticipar su aparición y detectarla precozmente. Algunas señales de riesgo pueden ser: hablar sobre desesperanza o falta de motivación; verbalizar un dolor insoportable; realizar comentarios negativos sobre uno mismo; hablar continuamente de la muerte o el suicidio; despedirse de una manera poco habitual; actuar de forma ansiosa, agitada o imprudente; aislarse o no comunicarse; buscar métodos de suicidio y/o lugares por Internet; arreglar temas relativos al fin de la vida, etc.
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No obstante, es fundamental tener en cuenta que el suicidio es prevenible. Considerando que constituye un fenómeno complejo sobre el que influyen múltiples factores -biológicos, clínicos, psicológicos y sociales- (Chen et al., 2012), la identificación de los diferentes factores de riesgo y de protección puede ayudar a tomar decisiones preventivas racionales (Isometsä, 2014) y a determinar la naturaleza del tipo de intervenciones requeridas, siendo además un componente clave de cualquier estrategia nacional de prevención del suicidio (OMS, 20241), y vital de cara a reducir la carga mundial que supone (Christensen et al., 2014).