Día Mundial para la Prevención del Suicidio (10 de septiembre): retos pendientes y estrategias urgentes
Es un problema importante de salud pública con consecuencias sociales, emocionales y económicas de gran alcance. Hay que poner en la agenda pública el tema del suicidio, priorizando la necesidad de su prevención.
Hoy, día 10 de septiembre, se celebra el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, una jornada patrocinada por la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP–International Association for Suicide Prevention) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), con el propósito de poner en la agenda pública el tema del suicidio, priorizando la necesidad de su prevención.
Continuando con la campaña trienal iniciada en 2024, con el lema «Cambiando la narrativa sobre el suicidio», se pretende crear conciencia sobre la importancia de reducir el estigma y fomentar conversaciones abiertas para prevenir los suicidios, para promover el cambio y brindar un sentido de comunidad y comprensión que brinde apoyo a quienes han vivido o están viviendo una experiencia de suicidio.
Cambiar la narrativa sobre el suicidio implica transformar la forma en que percibimos este tema complejo y pasar de una cultura de silencio y estigma, a una de apertura, comprensión, empatía y apoyo.
El suicidio es un problema importante de salud pública con consecuencias sociales, emocionales y económicas de gran alcance. Así describe la Organización Mundial de la Salud (2025) esta problemática que, según estima, se cobra anualmente más de 720.000 vidas en todo el mundo, una cifra bastante alta, aún sin añadir el elevado número de personas que intentan hacerlo: según los expertos, se calcula que, por cada muerte por suicidio, se producen hasta cuatro veces más intentos (Al-Halabí, S. & Fonseca-Pedrero, 2024).
Los datos provisionales del INE correspondientes a 2024 contabilizan ya 3.846 fallecimientos por suicidio en España
En España, concretamente, se registraron 4.116 fallecimientos por suicidio en el año 2023 (un 2,6% menos que en 2022), erigiéndose como la primera causa externa de muerte en los hombres (con 3.044 fallecidos y un descenso del 2,6%) y la tercera entre las mujeres (1.072 fallecidas -un 2,6% menos-). Llama la atención el aumento de muertes por suicidio de adolescentes y jóvenes adultos de 15 a 29 años, registrándose 354 casos (13 más que en 2022). De igual modo, destaca el incremento de fallecimientos por esta causa en la población de 75 a 79 años (250 -38 más que el año anterior-) (INE, 2024).
Aunque se registra un leve descenso en comparación con años anteriores, hay que tomarlo con cautela, dado que las cifras continúan siendo altas y se sitúa como la segunda causa de muerte externa en nuestro país, evidenciando el largo camino que aún queda por recorrer. Tan solo hay que observar los datos provisionales publicados por el INE durante el primer semestre de 2024, y que contabilizan ya 3.846 fallecimientos (11.531 hombres y 6.773 mujeres).
No menos alarmante es el ingente aumento de casos de conducta suicida (ideación e intentos de suicidio) y de autolesiones entre niños/as y adolescentes, detectados por la Fundación ANAR (20242), que alerta del mayor peso porcentual que han ido adquiriendo estas graves problemáticas con el paso del tiempo, observando desde 2014 a 2023, un aumento de +1.938% en las consultas por conducta suicida y +2.019% las de autolesiones en esta población.
Es fundamental tener en cuenta que el suicidio es prevenible
La muerte por suicidio es siempre un suceso trágico, y puede desencadenar una serie de emociones complicadas y confusas (APA, 2023); cada suicidio o intento de suicidio no solo supone un sufrimiento para la persona, sino también para sus familias y allegados que, frecuentemente, se encuentran desamparados, paralizados y sin recursos institucionales a los que acudir (Al-Halabí y col., 2022).
Lamentablemente, sigue siendo un problema mundial crítico que afecta profundamente a las personas y a las comunidades de todo el mundo. Según la OMS (2025), no solo ocurre en los países de ingresos altos, sino que es un fenómeno global en todas las regiones del mundo. De hecho, cerca de las tres cuartas partes (73%) de los suicidios mundiales ocurrieron en países de ingresos bajos y medios en 2021.
No obstante, es fundamental tener en cuenta que el suicidio es prevenible. Considerando que constituye un fenómeno complejo sobre el que influyen múltiples factores -biológicos, clínicos, psicológicos y sociales- (Chen et al., 2012), la identificación de los diferentes factores de riesgo y de protección puede ayudar a tomar decisiones preventivas racionales (Isometsä, 2014) y a determinar la naturaleza del tipo de intervenciones requeridas, siendo además un componente clave de cualquier estrategia nacional de prevención del suicidio (OMS, 2025), y vital de cara a reducir la carga mundial que supone (Christensen et al., 2014).
Existen múltiples factores de riesgo y protección asociados con la conducta suicida (CDC, 2022). De acuerdo con López Vega et al. (2022), hay una serie de señales de riesgo que pueden ayudarnos a anticipar su aparición y detectarla precozmente. Algunas señales de riesgo pueden ser: hablar sobre desesperanza o falta de motivación; verbalizar un dolor insoportable; realizar comentarios negativos sobre uno mismo; hablar continuamente de la muerte o el suicidio; despedirse de una manera poco habitual; actuar de forma ansiosa, agitada o imprudente; aislarse o no comunicarse; buscar métodos de suicidio y/o lugares por Internet; arreglar temas relativos al fin de la vida, etc.
Identificar los diferentes factores de riesgo y protección puede ayudar a tomar decisiones preventivas racionales
Con respecto a los factores de riesgo, en los países de altos ingresos se ha demostrado la relación entre el suicidio y los trastornos mentales, especialmente, la depresión y los trastornos por consumo de alcohol, si bien el principal factor de riesgo es, con diferencia, la presencia de un historial de intentos previos. No obstante, muchos casos ocurren de forma impulsiva en situaciones de crisis, ante la exposición a factores muy estresantes difíciles de enfrentar, tales como problemas legales o económicos, conflictos de pareja o el diagnóstico de una enfermedad grave y/o crónica. Asimismo, es un hecho probado que la vivencia de conflictos bélicos, desastres naturales, sentirse aislado/a, sufrir violencia, situaciones de abuso, o la pérdida de alguien cercano, son factores que pueden inducir conductas suicidas ((López Vega et al., 2022; OMS, 2025).
Se observa que las tasas de suicidio son elevadas entre determinados grupos en situación de vulnerabilidad y discriminación, como los refugiados y migrantes; los pueblos indígenas; las personas del colectivo LGTBIQ+; los reclusos y las personas con discapacidad (OMS, 2025; IASC, 2022; OED, 2022).
En los últimos tiempos, algunos investigadores han llamado la atención sobre el mayor riesgo de mortalidad por suicidio entre las fuerzas del orden, especialmente, los agentes de la Guardia Civil, en comparación con el resto de la población general española (García-Ramos et al., 2023).
Por su parte, un estudio a gran escala publicado en 2024, identifica cinco perfiles de riesgo diferentes, siendo, por orden de prevalencia de suicidio, los siguientes: individuos con problemas de salud física; personas con problemas de abuso de múltiples sustancias; individuos en situaciones críticas, con problemas relacionados con el alcohol y la pareja; personas con problemas de salud mental; y personas con problemas comórbidos de salud mental y abuso de sustancias (Xiao Y, et al., 2024).
Con respecto a los factores protectores, estos se definen como variables relacionadas con una reducción de la probabilidad de aparición del suicidio o de otras conductas autolesivas, por lo que es conveniente promoverlos socialmente. Pueden tener diferente naturaleza: personal, familiar y social (López Vega et al., 2022).
La familia, concretamente, puede ser un factor protector. Existen datos que evidencian cómo a mayor apoyo familiar, los valores de baja autoestima, desesperanza, aislamiento e ideación suicida se reducen notablemente. Asimismo, la percepción de apoyo por parte de familiares aumenta la capacidad de afrontamiento ante cualquier situación de riesgo (Bonilla Cruz et al., 2018). La promoción de factores de protección, como la estabilidad familiar y la integración social, y el abordaje de prácticas culturales nocivas que pueden aumentar el riesgo de suicidio son cruciales para la reducción a largo plazo de los suicidios (Weaver et al., 2025).
Es clave conocer y rebatir los mitos y creencias erróneas en torno al suicidio que perpetúan el estigma y lo convierten en un tema tabú
A pesar de la relevancia de emprender acciones orientadas a la prevención del suicidio, se percibe una escasa sensibilización sobre la importancia que reviste como problema para la salud pública, junto con la existencia de creencias erróneas y del estigma asociado con el suicidio que lo convierten, aún hoy día, en un tema tabú (OMS, 2025; Mental Health Europe, 2022; Masoomi et al., 2023).
El estigma -en particular, en torno a los trastornos mentales y el suicidio-, hace que muchas personas que están pensando en quitarse la vida o que han intentado suicidarse no busquen ayuda y, por lo tanto, no obtengan la ayuda que necesitan. Por ello, es importante aumentar la sensibilidad de la comunidad y superar el tabú para que los países avancen en la prevención del suicidio (Jiménez et al., 2017; OMS, 2025).
Para tal fin, un paso clave es conocer y rebatir los múltiples mitos y sesgos presentes en la sociedad, que perpetúan el estigma y bloquean la búsqueda de ayuda. Algunos de ellos son: “Hablar del suicidio puede ser un precipitante para hacerlo” (al contrario, el silencio y el aislamiento pueden empeorar la situación, y hablar directamente de ello constituye una de las herramientas clave de la prevención); o “Cuando una persona habla de suicidio no tiene intención de cometerlo” (esta creencia equivocada conlleva que se minimice el riesgo y que la intencionalidad se confunda erróneamente con chantajes, manipulaciones, etc. De hecho, se estima que, alrededor del 75% de las personas que consuman un suicidio realizaron alguna advertencia antes de llevar a cabo la acción) (Ministerio de Sanidad, 2020; López Vega et al., 2022; ANAR, 20241)
Desmentir los mitos sobre el suicidio no solo reduce el estigma: ayuda a la sociedad a comprender que alguien está en riesgo y necesita ayuda. La información y formación sobre este tema fundamental: la vida de alguien puede depender de ello (BPS 2020; MHE, 2022).
La prevención del suicidio es un asunto de corresponsabilidad entre todos y todas
Otra medida para combatir el estigma y aumentar la conciencia y la comprensión en torno al suicidio y sus complejidades, es ser conscientes del uso que hacemos del lenguaje (IASP, 2022). Expresiones como “suicidio cometido”, “suicidio consumado”, “un/a suicida”, etc., o utilizar la palabra “exitoso” o “fallido” para describirlo, perpetúan el estigma y se desaconsejan firmemente. Se recomienda en su lugar, hacer un uso sensible del lenguaje relacionado con esta temática, empleando términos como “muerte/fallecimiento por suicidio”, “conducta suicida”, “personas que fallecen por suicidio” etc. (IASP, 2022).
Es posible prevenir los suicidios mediante intervenciones a nivel social, grupal e individual. Dada su naturaleza multifactorial, su solución pasa por una respuesta contundente y un abordaje integral y sistemático por parte de toda la sociedad en su conjunto (López Vega et al., 2022; OMS, 2025). Su prevención es un asunto de corresponsabilidad entre todos y todas (Al-Halabí et al., 2022).
Se necesita un enfoque multisectorial e interdisciplinario que implique a toda la sociedad y a todas las partes interesadas
Hay intervenciones basadas en la evidencia y, a menudo, de bajo coste, que se pueden emprender a tiempo. Para que las iniciativas preventivas de los países sean eficaces, deben aplicarse mediante un enfoque multisectorial e interdisciplinario, implicando, en un esfuerzo de colaboración conjunta, a todos los sectores de la sociedad como el sanitario, el educativo, el jurídico, el político, el de las fuerzas del orden y la seguridad, el empleo, el de la agricultura y la ganadería, o los medios de comunicación (Maroto Vargas, 2017; EFPA, 2019; OMS, 2025; OPS, 2024).
De forma específica, los psicólogos deben contar con la formación y preparación necesaria para liderar iniciativas multidisciplinares destinadas a prevenir y abordar un fenómeno que, si bien es multifactorial, tiene profundas raíces psicológicas (Al-Halabí y col., 2022).
Las estrategias multisectoriales integrales e integradas son esenciales para la eficacia de cualquier iniciativa preventiva, siendo clave emplear enfoques a nivel comunitario como parte de una estrategia eficaz. Las comunidades pueden desempeñar un papel crucial potenciando el sentido de pertenencia y el sentimiento de conexión con otros, brindando apoyo social a las personas vulnerables, aplicando estrategias específicas de prevención que sean pertinentes en su contexto, luchando contra el estigma y apoyando a las personas afectadas por un suicidio, entre otras muchas acciones (OPS 2021, 2024; IASP, 2024).
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