J.L.Serra: Esta catástrofe ofrece la oportunidad de cambio, priorizar la salud frente la riqueza podría garantizar que el sistema sanitario no colapse

El psicólogo clínico y asesor del COPCV, reflexiona sobre el contexto mundial en el que desde hace más de un año, estamos inmersos. A lo largo del texto repasa temas tan variados pero tan conectados entre sí, como el rol de las mujeres, la situación de los jóvenes, la capacidad del sistema sanitario, el necesario conocimiento subjetivo, y la corresponsabilidad en el autocuidado.

Vivimos en un mundo complejo y cambiante con desafíos   individuales cotidianos, que nos  obligan  a salir del confort para adaptarnos a las nuevas demandas de un entorno en constante movimiento. Esa dinámica se entiende y estamos más o menos habituados. También se entiende que hay retos globales que amenazan la biosfera y  que todos tenemos que arrimar el hombro para la sostenibilidad de nuestro ecosistema; pero desde el año pasado libramos un combate global como especie que nos mantiene en estado de alerta y cierta confusión. En un año la pandemia del COVID-19 ha causado 120 millones de contagios y dos millones y medio de fallecidos. A esta contingencia no estábamos  habituados, ni al parecer  preparados.

Se está comparando el impacto de esta pandemia al último conflicto de la IIGM  y seguramente es así. Como en cualquier contienda bélica los más afectados son las víctimas y  sus familiares que, en este caso, han quedado  sustraídos del último adiós,  del  duelo y del consuelo de las personas cercanas por el distanciamiento ante el miedo al contagio. También están padeciendo una afectación psicológica intensa los profesionales que en primera línea presencian el horror  de lo que ocurre. Lo que cambia en esta contienda es el género mayoritario de los soldados. En esta guerra mundial son las mujeres principalmente las que llevan adelante los trabajos esenciales: educan, curan y cuidan. Su presencia es constante en esas tareas y no es extraño que soporten  el mayor índice de contagios y de daño  psicológico.

La EPA (Encuesta de la Población Activa) en el primer año pandémico constata la intensificación de afecciones que ya venían cronificándose de antemano como la explotación y la precariedad y sitúa, no solo a las mujeres, sino también a los jóvenes como los principales afectados. La crisis cortocircuita la  emancipación de 230.000 jóvenes que vuelven a casa de sus padres;  y entre los 16 a 35 años,  400.000 han perdido el empleo y 300.000 se han visto expulsados del mercado de trabajo.

Este coronavirus supone un trauma psicológico que necesitamos gestionar lo mejor posible para que no se convierta en daño psicológico continuado. Un traumatismo suele ser un hecho de la realidad que puede altear profundamente el funcionamiento psíquico. El hecho traumático moviliza creencias, altera rutinas, rompe significaciones, y produce miedo, incertidumbre y ansiedad;  y, si dura mucho tiempo, depresión e indefensión aprendida. Es evidente que el traumatismo que está causando  esta pandemia es dimensional, afecta a todo el mundo pero no de la misma manera. El estado de alarma en el que nos encontramos ha producido  un shock en la población pero lógicamente el impacto personal va a depender de la vulnerabilidad en la que  cada uno se encuentre  socio-sanitariamente.

La pandemia es un reto que nos ha sorprendido y que obliga  a gestionar  el  malestar emocional  ante esta grave  amenaza. Además exige un comportamiento coherente y decidido como sujeto colectivo con el fin de salvaguardar la supervivencia de la especie. Las consecuencias psicológicas últimas de este traumatismo todavía no podemos evaluarlas aunque su impacto psicológico sobre la población es ya claramente  perceptible.

 

El auto-conocimiento contribuye a la recuperación del equilibrio emocional.

Desde el inicio de la pandemia, a consecuencia del estado de alerta continuado en el que estamos, la combinación sorpresa, el miedo e incertidumbre han ido  produciendo  un incremento de la ansiedad y la depresión.  Es lógico que, en momentos de crisis como éste,  emerja  una sintomatología psicológica como respuesta específica y diversa. Toda la racionalidad con la que intentamos construir nuestro mundo tiene un objetivo principal: eliminar la angustia por la incertidumbre. En este caso, el miedo es imaginario pero la amenaza es real.

A nivel individual, este acontecimiento nos interroga sobre qué recursos psicológicos disponemos para gestionar una emergencia de este tipo, y cómo procesamos y ajustamos la desregulación sobre el ánimo y los comportamientos que está produciendo esta crisis. Responder estas preguntas, aventurarnos sobre estas cuestiones, supone un valor añadido, ya que la toma de conciencia respecto a nuestros estados emocionales alterados, produce un conocimiento subjetivo que  contribuye a la recuperación del equilibrio emocional.

 

No hay una co-responsabilidad del ciudadano en los cuidados de su propia salud

En estos momentos, con un poco de perspectiva, lo que podemos constatar es que, en esta  pandemia no solo estábamos desprevenidos los ciudadanos, sino también el sistema que sostenemos. La OMS, Organización Mundial de la Salud,  en un informe del 2019 ‘Un Mundo en Peligro’, ya advertía del riesgo de pandemias y recomendaba como debían  prepararse  los estados. Esa desatención a las recomendaciones de la OMS ha tenido consecuencias. Lo que espera un ciudadano de una sociedad, que hoy llamamos del conocimiento tecno-científico, es que la información y las actuaciones que recibe de los gobernantes tengan sentido y ello contribuya a  la reducción del  miedo y la incertidumbre de la población. No está siendo así.

La complicada dialéctica salud versus economía ha dilatado el estado de alerta polarizando artificialmente a la población y cronificando  el malestar social y psicológico. Es complicado  hacer caso a la norma cuando ésta no sigue criterios de simultaneidad  y coherencia. Cuando la situación es grave, si la información es contradictoria, finalmente se desconfía de la  fuente y las actitudes se pueden dirigirse hacia los extremos.

El sistema sanitario que tenemos  y que ha quedado superado por esta pandemia sigue siendo tan bueno como lo era antes de la Covid-19, pero el modelo de tratamiento patogénico y hospitalo-céntrico se ha quedado corto. En este modelo,  cuando estás enfermo vas al médico, te cura y te vas a casa. No hay una co-responsabilidad del ciudadano en los cuidados de su propia salud. Aunque el sistema contempla  la “promoción y prevención de la  salud”, solo se refleja en el papel. El sistema sanitario no ha desarrollado, con la suficiente decisión, este enfoque salutogénico tan importante en situaciones de emergencia como esta en la que nos encontramos.

Priorizar la promoción de la salud puede ser garantía de que los sistemas no se colapsen y sigan funcionando de forma sostenible. De hecho, la política sanitaria durante la pandemia, lo que nos ha pedido y nos sigue pidiendo repetidamente por los medios de comunicación es que seamos co-responsables en el mantenimiento de nuestra salud. Es una visión nueva, que la pandemia ha puesto en primer plano, y que apoya decididamente lo preventivo.

No hace falta mucho para poner en práctica esa co-responsabilidad. La OMS entre otras cosas nos recomienda el autocuidado. El cuidado de uno mismo que consiste en  una serie de prácticas que ya se enseñaba en la Grecia clásica. Gracias a ellas, el sujeto  establecía una relación consigo mismo y, en esa relación, se constituía en actor de sus propias acciones. Eran prácticas sencillas, cotidianas, como  llevar una alimentación saludable , hacer  ejercicio físico, mantener la  higiene, o fomentar la  pertenencia. La prevención de la psicología en atención primaria ya aconseja, entre otras cosas, la respiración diafragmáticas, la meditación y el humor con el fin de reducir la activación psicofisiológica.

Pero ahora el gran reto especifico que como especie nos presenta el SARS-CoV-2 es el siguiente: ¿Vamos a poder dar, como sujeto colectivo, una respuesta global a esta situación de emergencia sanitaria?. ¿Nos podemos  hacer co-responsables como individuos y junto al otro cualquiera, al diferente, de la toma de decisiones sanitarias  que nos conciernen como especie?.

Esta catástrofe nos ofrece la oportunidad de un cambio social necesario  si sabemos aprovechar que, de forma inaugural, se prioriza la salud de las personas por encima de la creación de riqueza,  que ha sido el objetivo prioritario en la era industrial.  Quizás podamos aprender algo de este acontecimiento para la subjetividad contemporánea, porque, en estos momentos, lo que parece necesario es una conciencia común que asuma contradicciones y que acepte más allá de las diferencias individuales, que el  objetivo común como especie es preservar la vida.

La pandemia está provocando muchas muertes,  dejando en los vivos la huella de la vida suspendida por el distanciamiento y el encierro. De todo esto será necesario, como enseño Freud, hacer un trabajo de duelo para procesar el daño y elaborar la pérdida. Para erradicar la pandemia, hace falta que la ciencia nos proporcione  vacunas pero también hace falta un sujeto colectivo con conciencia de especie que se co-responsabilice uno a uno de su singularidad inconsciente, solo así tendremos la oportunidad de que el deseo y la vida se impongan  sobre la pulsión de muerte.

 

José Luis Serra Hurtado.

Psicólogo Clínico.

Asesor del COPCV.



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