Jesús Rodríguez Marín recibe el Premio Excelencia por su carrera profesional

Ha desarrollado su trabajo en el ámbito de la Psicología Clínica y de la Salud y en este contexto, subraya la importancia de la labor de los profesionales de la Psicología como uno de los principales activos para hacer frente a la pandemia y a sus consecuencias. Entrevistamos a Rodríguez Marín quien recuerda la necesidad de ofertar más plazas PIR así como la inclusión de psicólogos en Atención Primaria.

La Fundación Española para la Promoción y el Desarrollo Científico y Profesional de la Psicología, PSICOFUNDACIÓN, ha concedido al rector Honorario de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche, Jesús Rodríguez Marín, el Premio ‘José Luis Pinillos’ a la Excelencia e Innovación en Psicología 2020, en la categoría de ‘Trayectoria profesional a lo largo de la vida’. La gala de la VII Jornada de Excelencia e Innovación en Psicología se llevó a cabo el 11 de noviembre de 2020, de manera online.

Durante más de 40 años Rodríguez Marín ha trabajado en el ámbito de la Psicología Clínica y de la Salud. Gran parte de su labor la ha desarrollado en la enseñanza, la investigación y la gestión universitaria y sanitaria además de como facultativo especialista en psicología clínica en el Hospital General Universitario de Alicante. Ha sido miembro del Consejo Ejecutivo de EFPA, miembro de su Comisión Permanente (Standing Committee) de Psicología de la Salud, miembro del Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud y, desde hace años “dedico parte de mi vida a la Academia de Psicología de España, de la que tengo el honor de ser académico fundador” afirma el compañero.

Sus aportaciones, extensas y variadas, son muy valoradas por el conjunto de la profesión.  Tiene en su haber decenas de publicaciones con un mismo eje, la salud: afrontamiento de la enfermedad crónica física. Ajuste psicosocial, calidad de vida, y crecimiento personal, en enfermos físicos crónicos; Psicooncología; Psicología del dolor. Intervención psicológica en pacientes con dolor crónico; Psicología y cirugía. En particular, la problemática psicológica en el trasplante renal y hepático, pre y post quirúrgica, y la intervención psicológica en pacientes obesos para cirugía bariátrica; Impacto estresante del hospital y ajuste psicosocial a la hospitalización; Calidad de vida y envejecimiento activo; Promoción de la salud. Adquisición de hábitos de vida saludables; estrés laboral y burnout en profesionales sanitarios; calidad de los servicios sanitarios y satisfacción del paciente. Relación médico-paciente, etc. Trabajos, que en el contexto actual de pandemia, cobran especial relevancia.

¿Cree que en este momento de crisis sanitaria se está viendo, aún más si cabe, la interrelación entre salud física y psicológica?

En mi opinión, esa relación es muy clara por muchas razones:

  • La amenaza del contagio por parte de un ‘enemigo invisible’ genera miedo, incertidumbre, y confusión. El miedo es una emoción individual y contagiosa. Por supuesto, que el miedo, como la ansiedad, es funcionalmente útil, pero también puede convertirse en miedo patológico (ligado a intranquilidad, agitación, inquietud, desasosiego, molestias somáticas), en grados diversos. Su afrontamiento puede ser muy distinto, como distintas somos las personas. Hemos visto conductas de colaboración con los demás, y conductas de rechazo entre propios vecinos (incluso ante algunos sanitarios) por temor al contagio. De la misma manera que mientras que la mayoría de personas conseguirá afrontar el estrés y adaptarse con éxito a la situación en otras, puede producir consecuencias psicológicas negativas (insomnio, ira, miedo extremo a la enfermedad incluso en personas no expuestas, frustración, mayor uso de alcohol y tabaco, y de ansiolíticos), en diferentes niveles. Por poner un ejemplo simple, para una persona con mucha necesidad de contacto social, el impacto del confinamiento será mucho más potente que para una persona cuyos intereses no estén ligados al contacto con los demás. Por otro lado, en las personas que por su trabajo tienen un contacto cotidiano con personas infectadas (profesionales sanitarios, en general) la experiencia de la amenaza será mucho más potente, y el miedo también. Además, en este caso, el estrés potente es continuo, por lo que sus efectos negativos pueden ser más intensos (ansiedad generalizada o síntomas depresivos) que pueden llegar a considerarse trastorno por estrés postraumático. El grupo de investigación en Psicología Hospitalaria, al que pertenezco, en el Instituto de Investigación Sanitaria y Biomédica de Alicante ha hecho un estudio específico sobre la presencia de ansiedad en profesionales sanitarios en atención primaria y en atención hospitalaria, encontrando altos niveles de ansiedad, sobre todo en los profesionales de los servicios más en contacto con pacientes de Covid, como era de esperar. La afectación de los familiares de un enfermo Covid, es parecida en lo que se refiere a la experiencia del miedo y la incertidumbre por la amenaza de contagio, pero a eso se añade la experiencia estresante por lo que pueda ocurrir a su familiar, y por no poder hacer nada por ayudar. En muchos casos también se ha unido la frustración y la indignación por el trato recibido. En el caso de la muerte de su familiar, a las dos cosas se une la experiencia de un duelo inadecuado.
  • Segundo, el propio padecimiento de la enfermedad tiene componentes biológicos y componentes psicológicos. Mientras el paciente está consciente está sometido a un estrés muy potente por la experiencia de una enfermedad que sabe que puede ser mortal, y por la experiencia de los propios síntomas que, a pesar de los cuidados, son muy dolorosos. Y cuando el paciente se recupera de la enfermedad, entre otras secuelas somáticas, puede padecerse el mencionado trastorno por estrés postraumático.
  • Tercero, como han señalado muy certeramente en un artículo en Clínica y Salud, Fernando Chacón-Fuerte, José Ramón Fernández-Hermida, y Mª Paz García-Vera, aunque los mecanismos que originan la enfermedad pandémica son biológicos, mientras no tengamos una vacuna o un tratamiento efectivo, las estrategias principales para combatir con eficacia la pandemia no lo son; de hecho, son comportamentales: lavado de manos, uso de la mascarilla y distancia física. Y, como ellos mismos señalan, resulta paradójico que medidas dirigidas a la población, tales como el ajuste adecuado de la percepción de riesgo, el desarrollo de esos hábitos higiénicos o el mantenimiento de la distanciafísica, se hayan planificado y desarrollado sin el concurso de psicólogos expertos.

 

¿Qué podrían y pueden aportar los psicólogos a la hora de diseñar y comunicar medidas o restricciones contra el coronavirus?

Los y las profesionales de la Psicología sabemos que las contingencias aversivas y las reforzantes pueden explicar si un determinado comportamiento se adquiere, se mantiene o se elimina o, incluso, si es más resistente a la extinción, cuando se producen inmediatamente en un plazo muy breve después de la emisión de ese comportamiento. Muchos de los problemas en salud que resultan difícil de intervenir o prevenir, por ejemplo, adicciones, son posibles de entender por la contingencia. En ellas los refuerzos son contingenciales, es decir casi inmediatas al comportamiento correspondiente, mientras que el “castigo” (la consecuencia aversiva) se produce mucho tiempo después de él. En pocas palabras cuando los sujetos percibimos que entre la emisión de una determinada conducta y la “eventual” llegada de las consecuencias (sean positivas o negativas para el) es poco probable o pasa mucho tiempo para ello, esa conducta es más difícil de adquirir, erradicar o modificar. Decir a un o una joven que no fume porque quizás dentro de cuarenta años tendrá un cáncer de pulmón es poco eficiente. Además, los modelos de explicación del comportamiento de salud (saludable o no), por ejemplo, el modelo de creencias sobre la salud, o la teoría de la acción razonada, ponen de relieve la importancia de la susceptibilidad percibida a la enfermedad o la gravedad percibida de la misma, que determinan la amenaza percibida y, así como la norma subjetiva y la actitud hacia la conducta dada; todo lo cual determina finalmente la probabilidad de ejecutar una acción de salud.

Yo creo que ese proceso psicológico está presente también en la epidemia COVID-19 por lo que se refiere a los personales en el ámbito privado y en el público. Si revisamos los datos que tenemos hasta este momento, la enfermedad es un problema serio por su velocidad de propagación. Y, sin embargo, era “potencialmente” prevenible mediante tres o cuatro comportamientos higiénicos básicos. ¿Cómo se puede explicar entonces que, a pesar de información emitida (¿o debido a parte de ella?), la epidemia se haya extendido tan rápidamente? De acuerdo con algunos estudios, un porcentaje medio de ciudadanos europeos estimaron que su probabilidad de riesgo de contagio era baja, sobre todo después de la primera ola. Es decir, tuvieron una estimación optimista, y, en este caso, arriesgada, que ha llevado a las consecuencias que estamos padeciendo. Un tema interesante es el estudio de las razones de esa estimación, en el que no es fácil entrar. En cualquier caso, parece que muchas personas no toman las medidas básicas necesarias, y no consideran la necesidad de cambiar su estilo de vida, precisamente porque no perciben el riesgo inmediato, y sí sólo una baja probabilidad de que el contagio les ocurra. Evidentemente hay diferencias importantes en la población.

En suma, sólo el confinamiento obligatorio consiguió un control efectivo de la pandemia, en su primer momento, pero la situación posterior ha puesto de relieve que no se habían “instalado” de forma adecuada y convincente los hábitos higiénicos saludables necesarios para evitar el contagio, y, por ende, la enfermedad.

Finalmente, las cosas no son tan simples. El confinamiento, e incluso la imposición (si ello fuera posible) de los comportamientos salutogénicos necesarios, no sólo no tienen “contingencias reforzantes”, sino que tienen una “contingencias aversivas” importantes en la población, como son los “efectos negativos económicos” (por ejemplo, pérdida de empleo, y sus consecuencias directas muy negativas). Y vuelvo a referirme a la consideración de Chacón, Fernández-Hermida y García-Vera de que psicólogos expertos no hayan participado en la planificación y diseño de las medidas para combatir el COVID. Y también viene a colación citar a Kate Glazebrook, que se dedica a la psicología aplicada en el diseño de políticas públicas, cuando dice: “Por qué no tomar esas decisiones en base a lo que sabemos que es acorde al comportamiento humano”.

 

La sociedad española necesita más PIR’s y la incorporación de psicólogos clínicos en la Atención Primaria.

¿En qué situación se encuentra la Psicología Clínica y de la Salud en España?

Como ámbito de aplicación en psicología, la Psicología Clínica española ha alcanzado un nivel de desarrollo científico y académico muy importante, equiparable a la de los mejores países.

Otra cosa, bien diferente, es la situación actual del ejercicio profesional de la psicología clínica en España. Ciertamente, la Psicología clínica española ha tenido un importante desarrollo sobre todo a partir la incorporación de sus profesionales al sistema sanitario público y privado, y, sobre todo, a partir del establecimiento en España del sistema de Psicólogo Interno Residente como sistema de formación para los Psicólogos Clínicos. La especialidad en Psicología Clínica surgió legalmente, creo recordar, en 1998, aunque desde 1993 había habido convocatorias nacionales de plazas de formación especializada en Psicología Clínica.

En cualquier caso, el número de plazas en cada convocatoria fue, desde el comienzo, y ha seguido siendo, absolutamente insuficiente. Es claro que los especialistas en psicología clínica (que son los calificados vía PIR) son necesarios para afrontar la atención psicológica que reclaman los pacientes en todos los niveles del sistema, y no son suficientes. Por otro lado, cada año se pierden especialistas, sobre todo por jubilación, en un alto porcentaje, y no se reponen con las convocatorias anuales de plazas PIR, que son muy pocas. Por lo que he leído, si en 1998 ejercían la especialidad alrededor de 7.500 psicólogos y psicólogas, hoy lo están haciendo sólo entre 5.000 y 6.000. Se están convocando en torno a las 190 plazas PIR cada año.

Es verdad que, aunque la oferta es insuficiente, en los últimos dos años ha habido un incremento de plazas ofrecidas por algunas (sólo algunas) comunidades autónomas que apuestan año tras año por aumentarlas (parece que ese aumento rondaría un 30 por ciento). Parecería que es un porcentaje importante, pero se parte de un número de plazas muy bajo. En mi opinión esa ampliación sólo atendería al mantenimiento de los psicólogos clínicos en ejercicio actuales, pero no contemplaría la compensación de los psicólogos clínicos del SNS que se pierden por jubilación, y el necesario incremento para atender la demanda de atención psicológica que ya se está produciendo dentro del sistema. En ese sentido, creo que el actual campo de la Psicología Clínica debe ampliarse incluyendo nuevos campos de intervención especializada en el sistema sanitario público, como, por ejemplo, la psicología de la salud, como especialidad diferenciada, o como algunas psicologías “más especializadas”, como la psiconeurología, la psicología pediátrica o la psicología en cuidados paliativos, organizadas en Servicios de Psicología Clínica, que son una necesidad cada vez más urgente. Por todo ello, debería, como mínimo, duplicarse el número de plazas, y considerar que alguna parte de ellas pudieran “ubicarse” en servicios diferentes a los Servicios de Psiquiatría, o ubicarse en Servicios de Psicología, que, en los hospitales, serían “servicios de servicios”, atendiendo las demandas del resto de los servicios del hospital. Por ejemplo, siguiendo los ejemplos que he puesto, en el servicio de Neurología se podría “alojar” un psicólogo o una psicóloga clínica, con una especialización y dedicación específica a ese servicio. Todo ello sin contar, la necesaria incorporación de psicólogos clínicos en la Atención Primaria.

Por su parte, la Psicología de la salud también ha experimentado un enorme desarrollo durante las últimas décadas en España, sobre todo en el campo de la investigación básica y aplicada.

Por poner un ejemplo, la División de Psicología de la Salud de la APA nació en 1978, y la revista Health Psychology se comenzó a publicar en 1982. En España, sólo 5 años más tarde, en 1987, dentro de la Junta de Gobierno del Colegio de Psicólogos de España se creó una vocalía de Psicología de la Salud, separada de la vocalía de Psicología Clínica, que ya existía, desde la creación del Colegio en 1980.

Por otro lado, en 1989 se comenzaron a publicar la Revista de Psicología de la Salud / Journal of Health Psychology, (editada primeropor la Universidad de Alicante y posteriormente por la Universidad Miguel Hernández de Elche), y la Revista Clínica y Salud (editada por la Delegación (hoy Colegio) de Madrid del COP). Y casi al mismo tiempo se creó la Sociedad Española de Psicología de la Salud.

Es decir, en Psicología de la Salud, en investigación y en desarrollo académico, siempre estuvimos en tiempos y niveles muy semejantes a los del lugar en el que creó, los EEUU, y desde luego del resto de los países más avanzados. Sin embargo, y al contrario de lo que ha ocurrido con la Psicología Clínica, la Psicología de la Salud no ha tenido un desarrollo profesional, al no haberse creado una especialidad 'legalmente regulada'.

En cualquier caso, en general, los psicólogos clínicos del SNS llevan a cabo actuaciones que se corresponden tanto a la psicología clínica como a la psicología de la salud, con las dificultades que he mencionado por su escaso número. Y, por otro lado, los colegios de psicología y el Consejo General de la Psicología reúnen en una sola vocalía la Psicología Clínica y la Psicología de la Salud (Psicología Clínica y de la Salud).

 

En alguna ocasión ha manifestado que la baja ratio de psicólogos por ciudadanos, responde principalmente a motivos económicos. Aun así, aunque lejanas en el tiempo, hay publicaciones que afirman que el coste de la depresión, la ansiedad y las somatizaciones en España en el año 2010 alcanzaron los 23.000 millones de euros, el 2,2% de PIB, esto es, más de la mitad de los costes anuales por salud mental”. ¿Cree que sería beneficioso para la ciudadanía aumentar el número de plazas PIR e incluso que el psicólogo estuviera en Atención Primaria? Y, económicamente hablando, ¿sería rentable?

En primer lugar, como ya he dicho, el aumento del número de plazas de Psicología Clínica, en las convocatorias PIR, no sólo sería beneficioso sino que es absolutamente necesario para prestar unos servicios sanitarios adecuados a los ciudadanos. En segundo lugar, claramente deben incorporarse lo antes posible los conocimientos técnicos y profesionales de la Psicología a las actuaciones de la red de Atención Primaria de Salud a través de la inclusión de los Psicólogos clínicos en la plantilla de los Equipos de Atención Primaria. La Psicología clínica en Atención Primaria puede y debe jugar un papel de intermediación entre los médicos de Atención Primaria y las unidades especializadas, atendiendo problemas psicológicos menos grave y menos definidos que en las Unidades de Salud Mental, lo que sin duda será un apoyo y una descarga de trabajo importante para éstas. Esta intervención temprana puede evitarla agravación de esos problemas y su transformación en patológicos, y, sin duda, también podría implicar un menor consumo de psicofármacos. Por otro lado, la Atención Primaria es un ámbito en el que pueden desarrollarse muchas de las líneas de intervención propias de la Psicología de la Salud, como por ejemplo, promoción de la salud, educación sanitaria, prevención de la enfermedad, actuaciones sobre estilos de vida insalubres, y rehabilitación física y social del paciente que lo necesite, en colaboración con los otros profesionales de atención primaria.

En tercer lugar, ¿sería rentable? Yo creo que sí, pero también creo que es difícil demostrarlo con cifras. Las consultas de psicología no son igual que las consultas médicas. En términos generales, la duración media de una consulta médica en España oscila de 10 a15 min. No voy a entrar en la discusión de si es este tiempo suficiente y de si garantiza una buena calidad de atención médica. Sólo apuntar, que la Organización Mundial de la Salud estima que para una consulta se debe otorgar un promedio de 20 a 30 minutos por cada paciente para ser efectiva. Ciertamente ese es un promedio, pero cada caso es particular. Y es evidente que cualquier intervención psicológica es difícil que pueda realizarse en menos de 30 minutos. Visto lo cual, el costo en recursos personales siempre sería mayor en Psicología clínica que en cualquiera de las otras especialidades médicas. Sin embargo, hay que considerar, que el costo de la intervención debe tomar en cuenta la diferencia terapéutica en los dos casos. En el caso de una intervención médica, se utilizan “objetos curativos”, además del método correspondiente. Esos “objetos curativos” sobre todo si son fármacos, pueden ayudar mucho a la reducción del tiempo usado en consulta, pero pueden aumentar mucho el costo del tratamiento; además de otros costos, como el riesgo de adicción. En Psicología, en cambio sólo usamos “métodos curativos”, lo cual hace que el tiempo de la consulta se alargue (y se encarezca), pero no tiene costos añadidos. Además, la cuestión no es sólo si la intervención es más barata o más cara, sino si es más eficaz o no. Por ello, nos hacen falta muchos estudios a ese respecto para acabar demostrando y diferenciando en qué momentos y en qué casos la intervención psicológica es más rentable (en todos los términos) que una intervención puramente médica, y en qué casos.

Mientras esos estudios falten, será muy difícil convencer a la administración sanitaria de que el costo superior derivado del tiempo de consulta en psicología, es a la larga más barato, porque evita el uso de medicamentos que lo incrementan. Hay que pensar que actualmente uno de los indicadores principales de rendimiento en consulta médica es el número de atenciones que realiza el médico por cada hora efectiva de trabajo, y no el costo de los tratamientos que se indican (que podemos suponer que son los que se consideran necesarios, aunque no sean insustituibles).

 

Premio ‘José Luis Pinillos’ a la Excelencia e Innovación en Psicología 2020, en la categoría de ‘Trayectoria profesional a lo largo de la vida’

¿Qué supone haber recibido este galardón?

Recibir este premio ha sido un honor, una gran alegría y una enorme satisfacción, por el premio recibido, por recibirlo de quien lo recibo y por lo que lo recibo.

Primero, por recibir el premio que lleva el nombre de uno de mis mejores maestros y amigos, José Luis Pinillos. Es algo que me emociona y me enorgullece muy particularmente. Conocí a José Luis Pinillos en la Universidad de Valencia en 1962. Él acababa de incorporarse a su primera Cátedra de Psicología. Allí estudié Psicología con él, me convertí en uno de sus discípulos y después me regaló su amistad personal. Una amistad que duró hasta el final de sus días. De él aprendí todo lo básico e importante de Psicología que sé. Después he estudiado mucho y muchas cosas, pero las bases fundamentales y sólidas las aprendí con él. Y no sólo me enseñó psicología, además me enseñó honestidad científica y humana.

Segundo, por recibir este premio de Psicofundación, la Fundación Española para la Promoción y el Desarrollo Científico y Profesional de la Psicología, creada por el Consejo General de la Psicología de España, para favorecer el desarrollo de la psicología, científica y profesional, potenciando sus actuaciones y presencia en todos los ámbitos de la sociedad. Una misión importante que yo comparto en todos sus términos.

Y tercero, por recibir este premio por la experiencia en la trayectoria profesional a lo largo de mi vida. Mi vida profesional es efectivamente muy larga (tiene mucha cantidad), y quiero imaginar que, puesto que Psicofundación ha tenido a bien, concederme el premio, debe tener también una calidad razonablemente buena. Una parte importante, y muy plena, la he desarrollado en la enseñanza, la investigación y la gestión universitaria y sanitaria. Otra parte en la práctica profesional como facultativo especialista en psicología clínica en el Hospital General Universitario de Alicante. Y otra parte de mi vida ha sido una vida de servicio al Colegio de Psicólogos, igualmente muy larga. Cuando sólo había un Colegio de Psicólogos de España, yo formé parte de su Junta de Gobierno, como vocal de Psicología de la Salud, una vocalía nueva en aquel momento, que daba muestra de la modernidad de nuestro Colegio, de su estar al día, como lo ha seguido estando siempre. A lo largo de los años he servido al Colegio y al Consejo General de la Psicología en multitud de ocasiones, trabajos, y organismos, dentro y fuera de España: Por poner algunos ejemplos que me parecen más relevantes: como Miembro del Consejo Ejecutivo de EFPA, miembro de su Comisión Permanente (Standing Committee) de Psicología de la Salud, miembro del Consejo Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud, durante muchos años y miembro de la Comisión Redactora del Plan para el Master en Psicología General Sanitaria. Y, desde hace unos años, dedico parte de mi vida a la Academia de Psicología de España, de la que tengo el honor de ser académico fundador. Ha sido ciertamente, una vida profesional larga y, para mí, muy satisfactoria, y es un honor recibir un premio por ella.



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